El otro bicentenario:

El otro bicentenario:

febrero de 1821

Por Sebastián G. Flores Hdz.

En 2010, se celebró el Bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución. Yo lo recuerdo como una serie de eventos un tanto tristes. Incluso como que al gobierno de entonces no le quedó otra opción más que realizarla. De hecho, recuerdo que hubo muchas críticas al gobierno del presidente Felipe Calderón por no contar con planes para desarrollar estas celebraciones adecuadamente, a diferencia de otros países latinoamericanos que contaban con un plan anticipado. Al final hubo una comisión para la conmemoración que incluyó con una gran exposición en Palacio Nacional, de ambos movimientos. Quizá una de las salas que más llamaba la atención, era aquella que contenía los restos óseos de los próceres de la Independencia de México.1 Los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez –bajados de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato en 1821-, los huesos largos de Leona Vicario y Andrés Quintana Roo –que en vida fueron matrimonio, y que reposan juntos- y los restos de José María Morelos junto a la incógnita que se desató por esos días sobre su autenticidad. También se presentaron los restos de Miguel Hidalgo que fueron regresados a la columna de la independencia el 31 de Julio de 2011 para conmemorar el Bicentenario de su fusilamiento.

En contraste, en 1921 el nuevo gobierno de Álvaro Obregón se encontró casi de repente con los festejos del Centenario de la Consumación de la Independencia, en una situación política, económica y social bastante complicada por la Revolución que recién se había tranquilizado. De alguna manera, estos festejos sirvieron como una especie de pantalla –sí, ya desde entonces-, que le permitió al gobierno manejar la situación con mayor control. Es de llamar la atención porque la consumación de la Independencia, de alguna forma, ha sido censurada desde 1824. Al momento en que Agustín de Iturbide fue nombrado enemigo público del estado para México, incluso después de haber sido fusilado, el fin del movimiento independentista ha sido prácticamente retirado, desde el siglo XIX, del calendario cívico mexicano, ya que el gran protagonista de ese evento fue el mismo Agustín de Iturbide.

¿Qué hubo en aquel 1821 que pareciera se quiere olvidar? ¿Cómo se logró aquel punto de acuerdo entre dos ejércitos –insurgentes y virreinales-, que tenían poco más de diez años de cruentas luchas?

Primero, es importante considerar, que en el período entre 1816 y 1821, la guerra Insurgente contra el dominio español había llegado a un estancamiento, es decir nada parecido a los días en que Hidalgo o Morelos habían comandado el movimiento. Para este momento, los líderes que había estaban desunidos. Aunado, desde 1816 el nuevo virrey Juan Ruiz de Apodaca, había ofrecido a los Insurgentes un indulto, es decir el perdón por parte de la autoridad española, siempre y cuando entregaran las armas y avisaran cuál sería su lugar de residencia. Muchos Insurgentes, cansados de años de lucha, de pasar penurias, de estar huyendo constantemente, resolvieron acercarse a este indulto, lo cual debilitó aún más el movimiento.

Guadalupe Victoria, se escondió en Veracruz; por algún tiempo, incluso se pensó que habría muerto. Francisco Xavier Mina, militar y liberal español vino a la Nueva España a lograr la Independencia, pero fue rápidamente capturado y fusilado. Vicente Guerrero, era el liderazgo más visible del movimiento, pero escondido en la Sierra de lo que es justo hoy el estado de Guerrero, con poco efectivos y pocas armas. Los generales virreinales que trataban de acercarse para acabar con él no podían lograrlo ya que Guerrero tenía perfecto conocimiento de estos territorios.

Por otro lado, Agustín de Iturbide en poco tiempo se había convertido en uno de los Generales más aguerridos del bando virreinal. Persiguió con mucha tenacidad y ferocidad a los Insurgentes. Fue responsable del fusilamiento del brazo derecho de Morelos: Mariano Matamoros. Incendiaba pueblos y fusilaba a aquellos que defendieran a los Insurgentes. Cuentan algunos historiadores que en cierta ocasión le dejó saber a algún miembro de su tropa, que la Independencia podría lograrse fácilmente si todos los criollos se pusieran de acuerdo.2 Esto alarmó a las altas autoridades virreinales quienes comenzaron a presentarle juicios de corrupción y de enriquecimiento que lo alejó de los campos de Batalla, por lo que durante esta misma etapa -1816 a 1820-, se retiró.

La guerra parecía perdida, a pesar de que Guerrero no estaba del todo derrotado y no se sabía el paradero de Guadalupe Victoria. México es un país que sufre o pocas veces se beneficia de lo que pasa más allá de sus fronteras. En 1820 en España, el General liberal Rafael Riego, se levantó en armas contra el Rey Fernando VII, quien antes, desde 1815, había desconocido la Constitución Liberal de 1812. Para salvar la vida, el Rey se vio obligado a jurar la Constitución lo cual quería decir que en todo el territorio español y sus colonias, tales leyes debían ser aplicadas. La cuestión es que estas leyes iban en contra de las grandes familias de comerciantes españoles y miembros de la Iglesia Católica, peninsulares que perderían los privilegios de los que gozaban. La salida rápida para esta situación era generar un nuevo estado político, separado de España para generar sus propias leyes y que les permitiera seguir gozando de sus privilegios. Cambiar para seguir igual, dirían algunos con razón.

Aquí es donde surge la famosa Conspiración de la Profesa, donde algunos de estos peninsulares, incluido el Virrey Apodaca, llegaron a la solución de establecer un nuevo gobierno, y para ello era necesario terminar a la brevedad con los pocos focos de rebeldía Insurgente, específicamente a Guerrero. Iturbide fue el elegido para lograr esta misión, pero Iturbide al final se inclinó –después de darse cuenta de que vencer a Guerrero no sería en poco tiempo- por pactar con el Ejército Insurgente y declarar la Independencia.

Por supuesto el bando peninsular no estaba nada contento con Iturbide y hubo algunos que se pronunciaron en contra de esta unión, pero la mayoría de ambos bandos estuvo de acuerdo con Iturbide. Al final Iturbide firmó el Plan de Iguala, que declaraba la independencia de México, el 24 de Febrero de 1821, en el que se unieron los ejércitos realistas e Insurgentes, bajo el nombre de Ejército Trigarante o de las tres garantías: Unión, Independencia y Religión.

Personalmente lo que ha llamado mi atención desde hace mucho tiempo, es el hecho de que, por ejemplo, a partir de este momento los Insurgentes fueron poco llamados. En las negociaciones de Los Tratados de Córdoba donde el último jefe político español Juan O´Donojú firmó la Independencia de México, ahí no había ningún Insurgente; en la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, evento que pone fin a la Guerra de Independencia –y que se supone razón para el gran festejo-, Guerrero y su comando desfilaron en la retaguardia del contingente; y lo más significativo a mi parecer, es que en el acta de Independencia no aparece ningún jefe Insurgente. Aparecen los personajes que aparentemente se beneficiaban de este logro, miembros del Ejército, miembros de la Iglesia, Abogados.

Iturbide, al final fue devorado por el fanatismo mexicano que ama y al día siguiente puede despreciar con igual o mayor intensidad. Rápidamente fue nombrado Emperador de México, y como sabemos, no duró ni un año, entre intrigas –muchas de ellas por parte de los antiguos Insurgentes, y uno que otro antiguo soldado virreinal que no estaba satisfecho, como Antonio López de Santa Anna-, la bancarrota económica y la inestabilidad social. Huyó del país y en el destierro, el Congreso Mexicano promulgó un edicto donde sentenciaba que, si Iturbide regresaba a territorio nacional, sería inmediatamente fusilado. Este edicto jamás se le envió e Iturbide nunca tuvo conocimiento de esto y efectivamente fue fusilado el 19 de Julio de 1824.

Algunos autores señalan, con razón, que el nuestro es un país de patricidas, que independientemente de la ideología de cada quien, es verdad. En nuestra historia parece que para ser alzado en este extraño panteón de dioses/héroes o villanos de la historia de nuestro país, es necesario que el personaje en cuestión, como primera condición haya pasado el suplicio de saberse condenado a muerte y posteriormente haya sido eliminado en el paredón. En Iturbide ha pasado algo especial porque de facto, el título de enemigo del estado parece que no se le ha perdonado.

Iturbide es sin duda uno de los personajes más ambivalentes de nuestra historia, porque efectivamente traicionó a la Junta de la Profesa, y eventualmente pareciera que también a los Insurgentes a quienes persiguió con saña durante mucho tiempo. El juego que en ese momento funcionó de “vamos a ponernos de acuerdo porque nos es de conveniencia a todos”, terminó muy rápido y ha vuelto a ser usado en nuestra triste y apasionada historia.

Yo no quisiera afirmar aquí que México nació hace 200 años. Como nación sí, pero México ya residía en toda esa amplia gama de razas, costumbres y formas de pensar. Hace 200 años cuando se proclamó aquel Plan de Iguala, se tomó la decisión de unir por primera vez voluntades y esfuerzos para llegar a un bien común. Quisiera decir que este bicentenario que se celebra –o se recuerda-, a lo largo de este año sirva para recordar que, a pesar de todo, los mexicanos somos capaces de decidir nuestro destino a base de unión. En aquel 1821, duró poco aquel acuerdo, pero bien valió la pena. Hoy, ante la situación en la que nos encontramos debería ser nuestra lección. La historia no es para ello, pero al menos en esta ocasión ¿Por qué no?

BIBLIOGRAFÍA:

Jaime del Arenal Fenochio. (2004). Agustín de Iturbide. México D.F.: Editorial Planeta Mexicana.

Alfredo Ávila. (2010). Agustín de Iturbide ¿Cuál fue su delito? Relatos e Historias en México, Año II, Núm. 19, 96 pp.

Ernesto de la Torre Villar. (1992). La Independencia de México. México D.F.: MAPFRE.

Fabrizio Mejía Madrid. (2009). «Ahí van Mis Restos» Los Cuerpos del Héroe. Proceso Bi-Centenario, No.1, 34.pp.

José Manuel Villalpando Alejandro Rosas. (2008). Muertes Históricas. México D.F.: Planeta Mexicana.

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